jueves, 13 de noviembre de 2014

EMILIANO SALVADOR "Angelica"

Emiliano Salvador fue pianista y compositor. Era uno de esos músicos admirados por los propios músicos, y especialmente por los que tocan su  instrumento. Se puede decir en este caso, que se trata de un pianista de pianistas. Se ha convertido en una leyenda no solo entre los cubanos, sino en todo el ámbito de la Música Afrocaribeña y el Jazz latino.

Nació en Puerto Padre, Las Tunas, el 19 de agosto de 1951 y muere en La Habana a la edad de 41 años.

Estudió percusión y piano en la Escuela Nacional de Arte y completó estudios posteriormente con Juan Elósegui, Federico Smith y Leo Brouwer. Integró el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC; fue pianista y arreglista del grupo de Pablo Milanés; acompañó a Silvio Rodríguez, Chico Buarque y al cuarteto brasileño MPB4.

 Fundó y dirigió su propio grupo, que en diferentes momentos estuvo integrado por José Carlos Acosta, saxofón, tenor y soprano; Feliciano Arango, bajo eléctrico; Emilio del Monte, paila y drums; Rodolfo Valdés Terry, tumbadora y bongó. Según Leonardo Acosta, el mérito de Emiliano, musicalmente hablando, comienza con el hecho de que logró un estilo propio, orgánico y coherente, a partir de las raíces afrocubanas, el jazz, la música brasileña, el piano clásico y romántico y las influencias muy particulares de ciertos pianistas. El primero en Cuba que asimiló la lección de Evans fue Chucho Valdés.

Entre los pianistas norteamericanos que siguen el camino trazado por Bill Evans los primeros son McCoy Tyner, Herbie Hancock, Chick Corea y Keith Jarrett. De estos, fue McCoy Tyner, de afinidad indiscutible con los ritmos afro-latinos, fue quien ejerció la mayor influencia sobre Emiliano Salvador.

Emiliano se interesó particularmente por la innovaciones armónicas de Thelonious Monk, y por cierto fue el primer pianista cubano en hacerlo. Del movimiento del free-jazz, supo aquilatar los valores de otro pianista, Cecil Taylor, quien combinaba los hallazgos de Monk con el pianismo de compositores como Béla Bártok y con un sentido muy libre de la improvisación.

De los pianistas cubanos, se interesó especialmente por la música de Peruchín Jústiz y Frank Emilio, admiraba a Dámaso Pérez Prado como pianista, y lo consideraba (con justicia) como el Thelonious Monk de la improvisación cubana.

En lo que respecta a géneros y pianistas de son y danzón cubano no tenía problemas, pues los había interiorizado desde que tocaba con la orquesta de su padre, donde se desempeñó en la percusión cubana, el piano y el acordeón desde los once años.

Otra ventaja para Emiliano fue haber estudiado percusión en la Escuela Nacional de Arte, lo que sumado a su innato sentido rítmico, lo convirtió en uno de los más imaginativos baterías de jazz que hemos oído en Cuba; y sumó estos conocimientos a su ejecución del piano.

Su manera de concebir el jazz afrocubano es tan natural y tan depurada que nunca necesitaba acudir a un montuno luego de una improvisación puramente jazzística, pues ambos elementos están plenamente integrados: cuando escuchamos un montuno, éste forma parte de un discurso melódico-armónico-rítmico en el cual los patrones rítmicos afrocubanos se integran a la armonía y el fraseo del jazz y los blues.

Su hija se llamaba Angelica.

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